Como la palabra sugiere, la autoconstrucción es lo que sucede cuando a un edificio lo hacen sus habitantes. Es arquitectura sin arquitectos, el acto de construir en ausencia de expertos reconocidos o autoridades competentes. Aunque puede parecer anecdótico o marginal, es una práctica muy antigua y extensa. Desde un punto de vista temporal, había edificios mucho antes que arquitectos; existían ciudades mucho antes de la planificación urbana. Desde el punto de vista espacial, la mayor parte del suelo urbano del planeta está conformado por asentamientos informales —barrios ilegales— hechos de chozas autoconstruidas sin ninguna intervención de técnicos o regulaciones. En comparación con las urbanizaciones formales, los barrios autoconstruidos pueden presentar graves deficiencias, fruto de la improvisación o la precariedad. La inestabilidad constructiva, los deslizamientos de tierra y las inundaciones, la falta de infraestructuras básicas, como la iluminación y las alcantarillas o de equipamientos comunitarios, como escuelas y hospitales, son frecuentes. Sin embargo, la autoconstrucción también ofrece lecciones para arquitectos e ingenieros. Involucra a los usuarios en la construcción y el mantenimiento de edificios, lo que evita imposiciones deterministas. El edificio nunca está terminado; siempre crece o se transforma para adaptarse a las sucesivas necesidades que aparecen con el tiempo. Es espontánea, diversa y a escala humana, a diferencia de muchas arquitecturas repetitivas y deshumanizadas. Para resolver este contraste, la autoconstrucción asistida por técnicos abiertos a la participación propone combinar las ventajas de ambos enfoques.
El edificio de viviendas de dotación para jóvenes de Caldes de Montbui quiere explorar esta conjugación por varias razones. Por un lado, la autoconstrucción asistida puede ayudar a que los acabados del edificio sean más creativos y adaptados a las diferentes formas de vida de sus usuarios. Por otro lado, puede reducir significativamente los costes de la obra, tal como se constata en las prácticas de masoveria urbana donde los habitantes no pagan un alquiler monetario, sino que son responsables del mantenimiento y mejora del edificio. Además, el hecho de que los habitantes hayan participado en la construcción del edificio supone una valiosa formación en nuevas capacidades y facilita una mejor comprensión en el uso y el mantenimiento. También aumenta el sentimiento de pertenencia y fraternidad en la relación con un edificio que quiere ser vivamente compartido. Con el fin de hacer realidad todos estos objetivos, el proceso participativo que forma parte del proyecto prevé que se programen varias jornadas comunitarias para ejecutar tareas de construcción, instalaciones o paisajismo. Algunos de ellos se centrarán en los muebles y acabados de los espacios interiores, tanto domésticos como compartidos. Otros, tratarán el equipamiento o la jardinería de los espacios al aire libre.